La Inglaterra que Orwell describe en “1984”, y fuera de toda conjetura crítica o ideológica sobre sus fundamentos socio-políticos, nos presenta a una comunidad agotada, vacía y, por encima de todo, furibunda; que vive en un permanente estado de crispación avivado por el propio partido gobernante, quien basa el equilibrio del orden social interno en una propaganda beligerante hacia el “desorden externo”, creando un perpetuo estado de guerra que desvía la atención y el furor de la población fuera de sus fronteras, desviándola así del núcleo central de sus problemas e incluso concienciándolos con un martirio que se les hace creer necesario para su supervivencia. Este es, tal vez, el estrato más generalizado y visible de la propaganda del Partido Único de esta Inglaterra distópica. Una propaganda dirigida al más profundo rincón de la psique del individuo y cuyo éxito se fundamenta en la incertidumbre, en el miedo a lo desconocido, ya no como un peligro consciente y constatado sino como riesgo de perdida de la ya asumida sociedad, llevando así el concepto de “más vale malo conocido que bueno por conocer” hasta sus máximas consecuencias.
Como es obvio, este sistema se basa por entero en parámetros que, lejos de poder considerarse absolutos, poseen una naturaleza cambiante que acaba por denotar la debilidad argumental de la propia propaganda. Empiezan a surgir, así, los primeros brotes de “desorden interno” personificados en antiguos miembros del partido que representaban valores otrora fundamentales y que obligan al partido a adecuarlos a la nueva situación internacional para seguir manteniendo una ficción clave para la legitimidad de su poder.
Este problema de incongruencia interna del partido se ve solventado mediante la que será la más terrible arma esgrimida por el mismo: el idioma. Cuyo control va dirigido a dos fines muy diferentes, auque confluyentes, según el ámbito en el que se utilice. Por una parte, se realiza una extrema vulgarización sintética a fin de despojar a las palabras de cualquier significado contrario a la nueva dirección del partido, facilitando así la manipulación de la información pasada para que resulte consonante con la actual. Es decir, que la base de la manipulación se encuentra en la deconstrucción del idioma hasta su esqueleto más endeble, destruyendo cualquier significante derivable del mismo e imponiendo un significado único cuyo contenido, falto de intención más allá de la mera practicidad, viene determinado por los intereses del partido.
Por otra parte, y al contrario de la esterilización de contenidos que acabamos de mencionar, se construye una idea de “estado-persona” basada en la humanización del sistema político, adjudicando a sus funciones y ministerios denominaciones, ahora sí, de alto significado sentimental y hondo calado humano. Este sentimentalismo enfocado hacia el gobierno mistifica sus labores aludiendo a un fin aceptado y fervientemente deseado por la práctica totalidad de los individuos, mientras enmascara los medios y bases para su consecución, los cuales resultan precisamente contrarios al fin que se pretende.
Nos encontramos así, conque el “Ministerio de la Verdad” (“Miniver” en neolengua) se encarga de controlar la veracidad de la información a base de manipular los precedentes, generando constantemente mentiras que sustenten la verdad del momento. De este modo “la verdad”, como fin deseado, se vale de “la mentira” como medio de legitimación, dejando así a la auténtica verdad no sólo fuera del ejercicio del poder sino, además, en un plano completamente abstracto e inalcanzable que la convierte en un ideal esgrimible contra cualquiera.
Lo mismo ocurre con el “Ministerio de la Abundancia” (“Minidancia”), cuya base y medio para llegar a ese fin ideal que es la abundancia, no es otro que la austeridad. El “Ministerio de la Paz” (“Minipax”), que intenta mantener la paz interna mediante constantes guerras externas. Etc.
Toda esta sentimentalización del aparato político ejerce en los ciudadanos un ebrio fervor hacia esa bondadosa entelequia que es el Estado IngSoc, creándoles un sentimiento de amor hacia éste que los lleva, no sólo a anteponerlo a sus seres queridos y más allegados, sino también, a ellos mismos y a sus libertades.
Por último, cabe destacar la opinión del propio Orwell sobre esta manipulación de la información y que apareció en su libro “Mi Guerra Civil Española”:
“Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (…) La historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». (…) Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia. ¿Cómo se escribirá la historia de la guerra civil española? (…) es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad. (…) El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años no es una conjetura hecha a tontas y a locas.”
-Unrated-